Sólo sé que de un lejano lugar llegó, que es heredera del encanto de su tierra; y quizás intente, tal vez pretenda buscar la razón de mi curiosidad por Catalina, o tal vez sólo deba buscar una excusa para mi impertinencia sincera, pero es difícil negar que su esencia irradia una energía de esa forma tan extraña que intentamos tímidamente descifrar en el primer instante, temiendo mostrar nuestro lado más débil y humano.
En esta casi media noche, que por poco es un jueves más de julio, tomo un respiro profundo que llama a la tranquilidad; y en mi mente medianamente lógica, un pensamiento sutil busca la frase precisa para describir mi curiosidad inocente; y en el fondo, siento la racionalidad de mi última locura, que intenta describir la belleza de la pasarela no concurrida de la vida que desconozco aún.
Tal vez su nombre, tal vez el color de su maravilloso cabello voluminoso o su mirada exprese la curiosa belleza de la vida; pero que en su interior se oculta tristemente las secuelas de intentar sentir lo que el ser humano anhela con impetuosas ansias, es decir amar y ser amado sin medida; pues es un reto valiente, pretender vivir de aquella manera extraordinaria, como aún lo recuerda mi olvido. Su nombre en las composiciones más lindas se describe, como en aquella canción de aquel tipo argentino que más admiro y que escuché por primera vez en aquel bar madrileño junto a quien ya no recuerdo más.
No he visto los ojos de Catalina ni he percibido su aroma impregnado de naturaleza, que de seguro es encantador, tan sólo he pretendido entender el significado de su ser en breves imágenes de vida de una película que se enriquece día a día para expresar la curiosa belleza de la vida.
Para la bella Catalina, en honor a la vida, un brindis va por aquellos motivos que nos sobran en cada momento que no da tregua y en los pensamientos racionalmente locos que buscar sentir todo en un instante con magia.
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