sábado, 2 de julio de 2016

Frío, nostalgia y bohemia frente al mar



A veces cuando vivimos de manera muy intensa, en nuestro interior, quedan guardadas las secuelas de los hechos que nos afectaron de alguna manera pero que nos hicieron aprender, sumando historia a nuestra vida; y es entonces que debemos evitar que nuestro corazón se enfríe, recordando que la vida continúa y que el universo tiene mucho más para ofrecernos.

Son las siete de la noche y estamos nuevamente aquí, en uno de mis lugares favoritos, en una noche inesperadamente perfecta complementada por el frío y el sonido del mar. Un caramelo refrescante en la boca y comienza la caminata por las calles escondidas; unos gritos llaman la atención desde un pequeño teatro donde estrenaban una obra cuyo título inquietó mi curiosidad y que debo ver pronto. El paseo continúa llegando al malecón, a ese lugar lleno de magia donde seguramente mil historias se escribieron y han quedado tatuadas en la memoria. Y desde lo alto, se aprecia la belleza de las luces de todos los elementos que interactúan con la costa del mar.

Son las ocho de la noche, y pasamos por mi antigua casa, la casa de la puertas blanca, que me invita a la nostalgia de aquellas reuniones en el balcón con amigos que califico como especiales, a quienes llamo sin éxito un sábado por la noche, quedando tan sólo seguir con el paseo.

Ya son las 9 de la noche, y las luces de un puente donde muchos han suspirado invitan a sentir la bohemia de la música ambulante de un grupo argentino que recorre todo Sudamérica.

Y sólo entonces bastó tan sólo subir a un muro frente al mar, cerrar los ojos, abrir los brazos, sentir el viento frío en el rostro, dejarse llevar por la música y sentir la vida que llena todo nuestro ser... Al final de todo, queda la sensación de que la vida es una bendición por las oportunidades maravillosas que nos brinda cada día al amanecer y que cada noche debemos agradecer...