jueves, 4 de septiembre de 2014

Después de siete años

Es una noche no tan fría como de costumbre por esta época en Barranco (Perú), y aprovecho el momento oportuno para robarle breves momentos al tiempo para escribir algo, que ya no se si sucedió o fue producto de una mente desequilibradamente hiperactiva de una época de juventud casi en éxtasis; pero aún tengo aquí en mis manos aquel libro que me fue regalado hace siete años atrás con la promesa de que me ayudaría a entender el mundo, o por lo menos me invitaría a no entenderlo, y simplemente vivirlo.

Un día friolento de Madrid (España), mientras la lluvia acompañaba el paisaje de la pradera, una pequeña bolsa de papel negro fue entregada en mis manos mientras una sonrisa extensamente agradable y cómplice iluminaba el momento hasta descubrir un libro cuyo título me encantó. Desde aquel día, han pasado siete años en los que sólo han sido leídas un poco más la mitad de las páginas del libro; que extraña ironía es no poder leer rápidamente un libro cuya historia es complejamente fascinante, quizás por el significado que tiene o porque me recuerda a un ser maravilloso que ya no está, o que tan sólo existió en mi mundo, aquel que no todos ven pero que alguna vez fue percibido.

Aquel libro, ahora, me revela fuertemente la lucha interna y externa de la fe del hombre como consecuencia de las cosas que vivió en su niñez pero que marcaron fuertemente el resto de su vida hasta cometer actos inexplicables que al principio reprochaba pero que al siguiente minuto superaba con algo más sorprendente, perdiendo aquella naturaleza sensible. En un tiempo tan extenso, el libro ha sido abierto ocasionalmente para leer un poco más, a manera de un placebo para la curiosa mente de un caminante del mundo, y sintiendo que a través de él aún me hablas de la naturaleza del hombre, sin buscar una razón sino aprendiendo de aquello que realmente vale la pena. 

Ya son siete años en los que te fuiste de este mundo, con tus locuras de lunes por la mañana en la pradera, con las flores que regalabas en la plaza, con tus sonrisas cómplices contagiantes, con las anécdotas en las costas griegas, con tu alegría que nadie entendía de donde surgía, y es recién ahora que entiendo el mensaje de aquel libro que esta noche me espera, quizás intentando hablar un poco después de siete años…

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