sábado, 26 de abril de 2014

Desde una sensación hasta el final de una historia

Terminó una conversación y tras una despedida, una canción acompaña el momento, es la misma melodía que se ha escuchado por casi tres meses en esta habitación, intentando comprender la vida y procurando fortalecer todo el ser a través del mensaje que trasmite la letra de una canción que llegó por casualidad.

Es un raro día de resaca nostálgica, producto de una noche de vino tinto, música y besos inesperados; mientras una sensación inquietante entre el pecho y la boca ahoga el alma dentro de esta habitación que tan sólo oculta levemente el dolor. Pero de pronto al salir, la oscuridad y silencio de la casa de las puertas blancas son el inicio del camino hacia un algo que calme este ser. Y en la búsqueda de un poco de tranquilidad necesaria, un paseo es preciso, hasta llegar al límite del barranco desde donde se aprecia el mar con olas inquietas entre la tarde y la noche de un cielo nublado que confabulan el escenario propicio para mantener esta intranquilidad.

Pero hoy faltan palabras para expresar lo que se siente y sobran pensamientos que fluyen como un volcán en erupción que no se puede controlar; cuando de pronto el frío invade el cuerpo, pero no es el viento helado sino la sensación inexpresable que sale de lo más profundo del ser. Mientras tanto un recuerdo de la infancia llega a la mente; aquel en el cual un niño caminaba por el filo de una pared alta con un equilibrio impresionante tentando al vacío; o el otro, en cual un pequeño subía hasta la cima de aquel árbol que tenía muchas frutas, quedando a veces sostenido por una rama muy delgada y débil.

Han pasado muchos años y se extraña con mucha nostalgia aquellos raspones de los juegos de pequeños que eran heridas orgullosas de guerra que se curaban en poco tiempo (quizás una semana o un poco más); y al compararlas irónicamente con la heridas actuales de los grandes, aquellas que no se ven pero que duelen hasta lo más inexplicablemente del ser y que lamentablemente muchas veces no se llegan a curar. De pronto, llega una confesión sincera en la cual la nostalgia hace extrañar a los amigos de infancia, aquellos que quedaron olvidados en el tiempo y la distancia pero que siempre están allá, en aquella ciudad que se añora y en donde todo empezó.

Las olas del mar chocan fuertemente contra el malecón y rompen este trance improvisado, volviendo a la realidad mientras aún persiste aquella sensación entre el pecho y la boca, lo cual indica que es momento de regresar a aquella casa adoptiva; y en el trayecto, la desesperación por escribir invade el ser para desahogar parte de lo que agobia un alma quizás en penitencia por los errores de un cuerpo extinguible en el tiempo.

Hoy no se busca poesía ni armonía en las palabras, sino un desahogo de la resaca de una vida llena de una historia irónica, que tal vez tenga una razón poderosa dentro de lo ilógico y contradictorio de las experiencias, pero que sólo Dios conoce y que ojalá dé las señales esperadas por mucho tiempo, antes que la fe ferviente se pierda por los golpes más duros a una vida terrenal e imperfecta.

Por todo lo expresado ante los jueces tácitos sin estrado ni acusado, no se buscan razones lógicas para vivir un día más, sino motivos para existir de una manera extraordinaria, disfrutando cada momento como si fuese el último, sin ser santo de devoción, sino tan sólo un ser que respeta todo lo que conoce y aquello que no comprende aún en esta vida y en aquella que aún no ha visto, pero que de seguro llegará, porque el tiempo no se detiene, pero el día de hoy ya terminó y es momento de volver a casa, como lo dice el final de toda historia que debe ser contada con dos copas y una botella de vino en una noche inesperada.

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