lunes, 14 de octubre de 2013

La casa de las puertas blancas

El caminante estaba en un momento no muy bueno de su vida, pues aún cargaba los miedos de los sucesos del último año pero también estaba mentalizado en su recuperación total. Y fue así como llegó a la casa, la cual tenía una característica que le llamó la atención, todas las puertas eran blancas (la casa estaba a escasos cien metros del malecón de Barranco, del cual se ve toda la inmensidad del mar hasta perderse allí). La dueña era una mujer muy agradable, amigable pero también de un carácter muy fuerte, su nombre era Leonisa (el nombre hace alusión a su cabello).

El primer día, al recorrer la casa fue agradable ver una conversación muy amena y alegre (eran Jepetito de Ecuador, Alejo y Jepeto de Argentina que dialogaban tan alegre y apasionadamente). Mary era la adorable esposa de Jepeto, él dejó su Argentina querida por amor a ella, y ambos llevaban mucho tiempo de casados, quien sabe si son 50 años, pero lo cierto es que los años han pulido casi perfectamente su amor, el cual se percibe de manera admirable. Alejo es todo un caballero limeño de fina estampa, alto y colorado, con muchas cosas que contar, ha tenido buenos momentos y también difíciles, pero por lo que se percibe está superando todo. Jepetito es un tipo sencillo pero con mucha clase, le encanta la cocina y pretende convertirlo en su sueño, siempre tiene algo que contar y extraña a su esposa aunque no lo expresa, pero ya pronto ella llegará. Como olvidar a Dulce, la guapa y deportista mujer de la casa, siempre anda corriendo, tanto que parece que va llegar corriendo hasta New York para la maratón.

El caminante tiene una habitación pequeña al fondo del segundo piso, muy cerca a la cocina y a la mesa redonda de la conversación (es cierto, la mesa es perfecta y armónicamente redonda). Pero, cuando las puertas blancas se abren, es seguro que habrá una charla, de aquellas que disfrutas incluso cuando el sonido de las frases se filtran por la puerta.

Un día de aquellos, el caminante se atrevió valientemente a vencer su miedo a la gente, e invadir la charla para simplemente intercambiar algunas palabras, no son muchas en verdad ya que es momento de oír más que de conversar, tal vez intentando analizar lógicamente cada premisa para aprender; pero el caminante también evita que los demás lleguen a conocer su fobia adoptada en su intento por vivir.

En alguna de esas charlas grupales acompañadas con un desayuno delicioso, el caminante conoció a Alex (un artista, escritor, pintor y otras facetas más), quien lamentablemente se fue meses atrás, pues en aquel breve momento se contagió de su conocimiento y su pensamiento; quizás el caminante hubiese aprendido un nuevo idioma para expresarse. Pero, también está Manolo, un español simplemente que hace lo que siente y dice lo que piensa de manera muy divertida aunque a veces filosofa sobre sólo lo que él sabe.

La recuperación del caminante va muy bien, pero a pesar de haber vivido mucho, haber arriesgado todo y atrevido a luchar por cambiar el mundo aún tiene miedo a la gente, teme aún que le hagan daño por milésima primera vez; y esa desconfianza se la deja al tiempo pues como tiene bien sabido que "el tiempo todo calma, la tempestad y la calma".

Hoy la charla fue amena y el caminante la disfrutó, las sillas que rodean la mesa redonda quedaron vacías, pero él recién lo supo cuando escuchó que las puertas blancas de la casa se cerraron esta noche y se quedó con su propio ser... Quizás, extrañe la casa cuando deba irse, más pronto de lo que parece, a caminar otra vez...

No hay comentarios:

Publicar un comentario