Sábado, 16 de agosto del 2014
Una tarde de sábado, a la cual se calificaría como común y corriente, se convierte en una oportunidad para recordar y aprender la lección de hechos pasados que aún guardan las secuelas de la violencia de 20 años (desde el año 1980 hasta el año 2000) de intolerancia y menosprecio por la vida humana, todo por ideas cuyos fines creían justificar los crueles medios que dejaron solamente víctimas.
Una visita al Museo de la Nación, para apreciar lo más valioso de la cultura, se convierte en un momento para observar una exposición de una recopilación histórica de fotografías de 20 años de violencia por el terrorismo impuesto, donde lo más resaltante son las víctimas directas de una ideología que estúpidamente se quiso imponer a la fuerza pero no se deja de lado ni se olvida a las víctimas indirectas inocentes que aún siguen buscando a sus familiares sin saber que pasó con ellos.

Al ver las fotos y apreciar el rostro de personas inocentes, se puede sentir el terror en sus gestos a manera de una cicatriz de por vida, también se percibe la ansiedad y frustración por la búsqueda infructífera de sus seres queridos que fueron arrancados de sus vida y de los cuales, muchas veces, no se supo más. Sin lugar a dudas, es difícil olvidar aquellas imágenes macabras de víctimas que perdieron la vida; pero es más difícil aún entender la retorcida y compleja mente de los victimarios, sin distinción de alguna clase, para cometer actos atroces y crueles, y seguir viviendo sin un poco, muy poco, de remordimiento.
